El Circo Social del Sur nació en la villa 21-24 para chicos en riesgo social. El Cirque du Soleil lo eligió para apadrinarlo.
Hasta los trece años, Nadia no tenía mucho más “mundo” que el de ir de la escuela a casa. Sus padres no la dejaban andar por las calles de su barrio, la villa 21-24 de Barracas, si no era acompañada por su hermano. En cambio, para Sebastián la calle fue la pista donde aprendió los primeros movimientos de hip-hop y acrobacia para olvidar los problemas hogareños. Un día, los dos se encontraron haciendo piruetas en el galpón del Circo Social del Sur, organización que desde 1996 trabaja en los barrios más pobres para hacer del arte circense “una herramienta de transformación social”. Nadia y Sebastián pasaron de la adolescencia a la juventud entre trapecios, aros, zancos y telas y entendieron al arte circense como modo de vida. El arribo del Cirque du Soleil al país no pasa inadvertido para ellos y menos esta vez. Además de poder ver a artistas que son sus referentes, los jóvenes plasmaron en un mural su relación con el circo que significó “una luz entre tanta oscuridad”. Los tres cuerpos de la obra mural serán sorteados a beneficio de la organización el 27 de junio, antes de la última función de Quidam, el espectáculo que la compañía de circo canadiense representa ahora en Buenos Aires.
Nadia Ayala (23 años) conoce sobre la violencia constante en la villa 21–24, donde vive desde chica, y por eso recordó en diálogo con este diario que sus padres no la dejaban salir a jugar, pero en sus pocas excursiones por las pequeñas calles de la villa su pasión era treparse en árboles y caños. Quizá ahí estuvo la llama inicial del fuego que prendió cuando Mariana Rufolo la invitó a colgarse de un trapecio en el galpón del Circo Social del Sur.
Mariana y Pablo Holgado fueron quienes llegaron, en zancos, al barrio hace catorce años para hacer las primeras piruetas de la organización por la que hoy pasan 400 niños, adolescentes y jóvenes cada año, ya que el circo social es replicado en talleres en Ciudad Oculta, partido de La Matanza, y en el porteño barrio de Piedrabuena, de la mano de organizaciones amigas.
Aunque vivían a dos cuadras de distancia, Sebastián Alejo (25) conoció a Nadia cuando ingresó al galpón de circo. Llegó a las colchonetas después de ir a vivir a la villa con sus abuelos y por el impulso de un amigo que le dijo dónde podía perfeccionar los pasos de hip-hop que había aprendido en la calle, años atrás. “En casa, mis padres se peleaban y cuando yo trataba de defenderla, cobraba. Entonces, salía a la calle y pensaba en hacer cualquier cosa. Pero descubrí el baile y en eso descargaba toda la bronca. Cuando volvía a casa, seguían peleando”, rememoró Sebastián.
Para Nadia el arte también fue fundante: “En el galpón pude hacer mi primer grupo de amigos del barrio y sentirme contenida por los profesores. Además, cuando traía un problema de casa o la calle, empezaba a practicar con el aro, con la tela, y me olvidaba de todo”. De a poco fueron sintiendo “la adrenalina de las primeras presentaciones” y a entender la importancia del apoyo de la organización y sus familias: “Mi abuela me preguntaba: ¿Vas al circo? Y me dejaba salir. En el barrio, el delito y las drogas son problemas para los chicos y yo me pude abrir”, resaltó Sebastián.
Desde hace cuatro años, Nadia pasó de estudiante a profesora y comenzó por llevar al circo a otros barrios, como la Villa 31. La tarea de expansión del circo social es un anhelo de la organización que formalizó con la puesta en marcha del taller de Formación de Formadores: “Intentamos generar un efecto multiplicador, no sólo formando a los jóvenes de la organización sino difundiendo las bases de la pedagogía del circo social en pequeños proyectos que estén comenzando en el interior del país”, señaló Rufolo. De hecho, ya hay proyectos en Rosario, Córdoba, La Pampa y en el interior bonaerense.
Para Nadia, resembrar la semilla del circo social en su barrio no fue fácil: “Al principio, prefería viajar dos horas antes que dar un taller en el galpón de Barracas. Pensaba que los chicos no me iban a querer por ser del barrio. Ahora, les doy clases a quince chicos y ellos primero no creen que yo pueda vivir en el barrio, pero después quedan esperanzados porque si yo pude llegar, ellos comienzan a creer que también pueden”. “Hace algunos años, los referentes en el barrio ya no somos nosotros sino los jóvenes”, resaltó orgulloso Holgado.
Ese paso dado por los jóvenes que crecieron en la organización la impulsó hacia un nuevo horizonte: “Los chicos que crecieron con el circo hoy necesitan que la organización les brinde espacios de profesionalización porque entendieron que el circo es de lo que quieren vivir”, apuntó Holgado.
Cuatro veces por semana, por varias horas, Nadia y Sebastián, junto a otra decena de jóvenes, asisten al taller de profesionalización en el espacio cedido a la organización por la Comunidad Hipermediática Experimental Latinoamericana (Chela), una antigua fábrica refaccionada ubicada en la calle Iguazú 451 en Parque Patricios. El taller los perfecciona en artes circenses y a través de las relaciones con circos del mundo como el Cirque du Soleil, los cirqueros tienen la oportunidad de formarse con profesionales reconocidos en todo el mundo.
“Trabajé en casas de comida y como personal de limpieza, siempre para que me alcanzara para comer. Nunca había soñado vivir del baile”, confesó Sebastián, que puede mantener su casa y a su familia con el ingreso como profesor. Pero no se le ocurrió irse del barrio: “Cuando tengo un tiempo, camino por la villa y me pongo a hablar con los chicos que veo en la calle. Los ayudo y los invito al galpón”. La vida de Nadia también sigue cerca de la organización a través de la que consiguió una beca en el Centro Metropolitano de Diseño y estudia diseño textil: sueña con ser la vestuarista del Circo Social del Sur. “En todos estos años, no todos los compañeros y alumnos siguen en el circo o presentes en este mundo. Pero todos somos pequeñas lucecitas surgidas de tanta oscuridad”, resumió Nadia.
Informe: Nahuel Lag.
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-147983-2010-06-21.html
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